Antoaneta

“¿Qué les importa a los políticos a quién quiero?”


TONI AYALA (textos) / MIQUEL FUSTER (dibujos)

Galați es la octava ciudad más poblada de Rumanía. Está a orillas del Danubio, muy cerca de la frontera con Moldavia. Es escenario de varias escenas del Drácula de Bram Stoker, aunque lo que realmente chupa la sangre hoy en día es el ‘qué dirán’, la intransigencia o el machismo. Antoaneta Stoian abandonó su Galați natal hace 15 años. Llegó a Catalunya “un 23 de mayo de 2003”, recuerda con precisión matemática. ¿Por qué emigró? “Por cambiar mi vida…Y por amor”.

Antoaneta es todo corazón y todo fuerza, una mezcla que se refleja a la perfección a través de sus ojos claros, que no mienten nunca. Y, quizás por eso, la corroía tanto vivir una gran mentira. “Me fui siguiendo a la persona que amaba en aquel entonces”. Y esa persona no era un hombre, sino una mujer. “En nuestra ciudad no podíamos mostrar nuestro amor y eso es lo que más nos dolía. Aunque ella se había casado con un hombre, nuestro amor creció aún más. Teníamos un amor en secreto. Ella decía que conmigo tenía otro amor”, rememora. 

Referéndum en Rumanía

Con el paso del tiempo, las cosas no han cambiado nada en su país, hasta el punto que el Gobierno rumano ha convocado recientemente un referéndum para intentar prohibir el matrimonio entre personas del mismo sexo. “Es muy fuerte”, exclama con indignación Antoaneta, “los políticos ponen a la gente en una situación incómoda”.

“¿Qué les importa a los políticos a quién quiero, con quién voy y con quién vivo?”, se pregunta en voz alta, “aunque hay muchos que están en contra del matrimonio gay, como mi padre o mi cuñado, pero tampoco les importa tanto como para ir a votar esto en un referéndum”. “¿Qué le importa a la gente?”, insiste: “No creo que esto sea importante para la gente ahora mismo en Rumanía. Hay cosas más importantes que organizar un referéndum para prohibir el matrimonio gay o que digan que una mujer con hijos, si no está casada, no es una familia. Esto es una aberración. Tengo muchas amigas que tienen hijos y no están casadas”. 

En realidad, los rumanos han dado la razón a Antoaneta, ya que, según datos oficiales, sólo un 20,41% de los 19 millones de ciudadanos acudió a las urnas tras dos días de votación en una consulta que buscaba enmendar la Constitución para que el matrimonio no se defina como la unión entre dos personas -tal como ahora-, sino entre un hombre y una mujer. El Gobierno fracasó estrepitosamente en su intento, ya que ni siquiera reunió la participación mínima del 30%.

Antoaneta se fue de su ciudad y de su país por el amor a otra mujer, que tenía que mantener en secreto. En España, se encontró un entorno de más libertad, aunque el auge de la ultraderecha está volviendo a poner sobre la mesa la posibilidad de que se prohíba el matrimonio gay o el aborto. “Espero que esto no se apruebe nunca. No me gustaría vivir esto. Es cosa de gente muy cerrada y que solo va a por lo suyo”.

 

Una historia de amor

Las historias de amor no conocen la distinción entre sexos. Antoaneta se quedó sola en Galați cuando su pareja secreta se separó de su marido y se fue a trabajar a Catalunya: “Primero vino ella y después me dijo que viniera, que aquí podríamos estar juntas y que todo iría bien”. Hasta entonces, Antoaneta también “había tenido alguna relación con hombres”, pero ella “ya esperaba su llamada”.

“Cuando llegué a Barcelona, yo estaba muy cerrada aún. No me gustaba que la gente se enterara de que era lesbiana. Después, poco a poco, me di cuenta de que aquí no era igual que en Rumanía”, describe Antoaneta, con cierta timidez: “En mi país solo teníamos un círculo muy pequeño en el que estábamos más a gusto, y no lo podía saber nadie de la familia. Yo tenía miedo de estar en la calle por si me gritaban y para evitar problemas”.

De hecho, aún hoy “mi padre no lo sabe y mi cuñado, tampoco; mi hermana, sí”. Ahora bien, “al principio de estar en Barcelona tampoco lo sabía nadie. Poníamos la excusa que éramos compañeras de piso o incluso primas. Así todo iba normal. Incluso las dos compartíamos el mismo trabajo limpiando diferentes casas”. Parecía que, en cierta manera, las actitudes se reproducían: “Tampoco íbamos por la calle de forma que se notara, es decir, íbamos con la misma mentalidad que en Rumanía”. Aunque su pareja de entonces era mucho más abierta que ella: “A mí me costó mucho integrarme. Para mí ha sido más difícil”.

 

Comprensión e integración

“Aquí la gente me ha ayudado, porque es más abierta y, además, se da cuenta en seguida. La gente te decía que no pasaba nada, ‘oye, mira, que mi mejor amiga es lesbiana’ o ‘tengo amigos que son gays’, y así poco a poco te vas integrando“. En realidad, Antoaneta luchaba también en una batalla interior: “Me sentía muy mal conmigo misma, porque me decía: ‘Es que tengo que mentir’. Y siempre iba con lo mismo, ‘es que tengo que mentir, tengo que mentir’, y no me sentía bien conmigo”.

Al final, llegó la gran decisión: “Cuando por fin dije que era lesbiana sentí una liberación”. ¿Por qué, entonces, no lo dijo antes? “No se lo decía a la gente por el mero hecho de que pensaba que me iban a rechazar, aunque en realidad me montaba la película yo sola. Pero, a la hora de la verdad, que me rechacen por esto no me ha pasado en ningún momento con nadie. No he notado ninguna diferencia en el trato después de decir que era lesbiana”.

Uno de los escenarios que propiciaron que Antoaneta ‘saliera del armario’, como se acostumbra a decir, fueron los eventos sociales: “Si quería participar, como tenía pareja, tenía que ir con ella. ¿Qué tenía que hacer? Pues decirlo sí o sí. Y estoy muy feliz de no haber tenido ningún problema con esto”.

 

Matrimonio gay

En 2016, Antoaneta acabó casándose con su segunda pareja, Esther. Tiene 45 años, habla catalán y ya está plenamente integrada en Catalunya. “Somos un matrimonio normal”, afirma, antes de bromear: “En vez de hijos, tenemos animales”. Y es que viven en una casita en Santa Eulàlia de Ronsana, cerca de Granollers, “en el Vallès Oriental”, puntualiza. Las dos trabajan y disfrutan de su convivencia marital: “Todo va muy bien, no hay ninguna diferencia con otros matrimonios. Hay de todo, también discusiones, pero no puedo decir que no seamos normales, porque yo lo veo, por ejemplo, con el matrimonio de mi hermana, que también se pelea con mi cuñado. No todo es de rosas, como en cualquier matrimonio”.

Uno de los gestos que más feliz la hizo se produjo, precisamente, el día de su boda: “Cuando me casé, quise que mi hermana estuviera a mi lado y mi hermana me aceptó tal cual. Eso fue un alivio. No podía mentir siempre a mi hermana, diciéndole que estaba sola, no me parecía justo para ella, la verdad”. 

Cuando se le pregunta por los hombres, responde con naturalidad: “No tengo nada en contra de los hombres. Yo quiero a los hombres, pero no me veía capaz de casarme con un hombre. Para mí, los hombres son mis amigos, me llevo bien con ellos, no puedo decir ‘ah, vaya, es un hombre’, porque cada uno es como es”.

Antoaneta tampoco cree que ser lesbiana sea una dificultad añadida para una mujer con respecto a los hombres: “Los machistas son iguales en todas partes, les da lo mismo que sea un hombre gay o una mujer lesbiana. ¡No somos enfermas ni enfermos! En Rumanía, hay periodistas que han dicho públicamente que son gays, que han sido muy valientes, pero, así, poco a poco, la gente se dará cuenta de que ser gay no es nada raro y que el problema del país no es ser gay o lesbiana. Hay otras cosas más importantes por resolver”.