“Esto es sólo el principio”


CARLOS GASCÓ (textos)

Se ha cumplido el centenario de la firma del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial. Ha sido una fecha especial para honrar a la generación que fue sacrificada en el primer gran conflicto internacional del siglo XX y recordar sus profundas repercusiones políticas, económicas y sociales que marcarían el resto del siglo y hasta nuestros días.

A las 11 de la mañana del 11 de noviembre de 1918 cesaron los combates en el frente occidental. La Gran Guerra, como la llamaron entonces, había acabado.

Infantería australiana en una trinchera en Ypres, en septiembre de 1917. / Foto: Frank Hurley / Vikipedia

Infantería australiana en una trinchera en Ypres, en septiembre de 1917. / Foto: Frank Hurley / Vikipedia

La Primera Guerra Mundial representó una de las guerras más destructivas de la historia moderna, como consecuencia de los combates murieron casi diez millones de soldados y hubo unos 21 millones de heridos. A lo que hay que añadir cifras de civiles difícilmente calculables, pero que se estiman entre 10 y 20 millones más. No sólo el hombre sufrió la hecatombe que había provocado, ya que, por ejemplo, se estima en 8 millones la cifra de caballos muertos.

El entusiasmo inicial de verano de 1914, pronto dio paso a la desesperanza y al agotamiento cuando las matanzas se sucedieron sin resultado y, de la guerra rápida y de movimientos de las semanas iniciales, se llegó al estancamiento de la guerra de trincheras. Churchill reflexionaría sobre ello con estas palabras: “La guerra se decidió en los primeros veinte días de lucha, todo lo que pasó después consistió en batallas que, si bien fueron gigantescas y devastadoras, no eran más que llamamientos desesperados y vanos contra la decisión del destino”.

 

Cambio de ciclo

Tras la firma del armisticio, quedaron atrás sistemas de gobierno y valores morales, se modificaron las clases sociales y el modo de vivir, la economía global entraría en un nuevo ciclo.

Para empezar cambió la propia guerra tal y como se la conocía desde la época napoleónica. Los uniformes coloridos y las brillantes cargas a caballo dieron paso al barro y la suciedad de las trincheras y a nuevas armas de asesinato masivo: la ametralladora, la artillería pesada, el tanque, la aviación, el submarino, el lanzallamas, el gas venenoso…

El conflicto europeo también rompió todo el sistema de alianzas forjado por Bismarck que había asegurado la paz más duradera en Europa desde la caída de Napoleón. El propio sistema acabó por traicionarse a sí mismo al provocar la reacción en cadena de ultimátum y declaraciones de guerra que convirtieron un conflicto regional en una guerra global. Todos los continentes acabaron involucrados ya que el propio sistema colonial llevó la guerra a los confines del globo.

Cayeron grandes imperios, como el alemán, el austrohúngaro, el turco y, además, se produjo la Revolución de 1917, que acabó con la Rusia zarista. Todas sus grandes dinastías desaparecieron.

Y entre los vencedores, los imperios coloniales francés y británico iniciaron un declive que se confirmaría al final de la siguiente guerra. A la par que surgieron nuevas fuerzas que habrían de dominar el futuro del siglo, los Estados Unidos de América al comenzar a desplegar su potencial económico y la Rusia soviética, creando los nuevos imperios antagónicos que delimitaron la división del mundo en  bloques del siglo XX. 

 

Deuda con Estados Unidos

Las potencias europeas vencedoras estaban devastadas y endeudadas con Estados Unidos. La solución elegida fue imponer una deuda de guerra imposible a Alemania para que fuera ella quien pagara a sus acreedores. Así, Estados Unidos se convirtió en un país sobrefinanciado, con una Europa necesitada de una reconstrucción completa. Los mecanismos económicos desatados e incontrolados provocaron la crisis económica global. La espiral hiperinflacionaria del marco alemán en 1923 fue sólo el inicio.

La especulación, la gran depresión en 1929, la desigualdad, la liquidación de la clase media, el desempleo masivo, la inestabilidad social… El crack del 29 no dejaría de ser una consecuencia más de la Primera Guerra Mundial.

Todo ello llevaría al descontento social, a debilitar las incipientes democracias y a crear el espacio necesario para la proliferación de la extrema derecha y nacionalismos belicistas.

 

'Madre migrante', imagen de la fotógrafa Dorothea Lange que muestra a los desposeídos cosechadores de California y se centra en Florence Owens Thompson, de 32 años y madre de 7 hijos. / Foto: Dorothea Lange / Vikipedia

Madre migrante’, imagen de la fotógrafa Dorothea Lange que muestra a los desposeídos cosechadores de California y se centra en Florence Owens Thompson, de 32 años y madre de 7 hijos. / Foto: Dorothea Lange / Vikipedia

Crisis moral

Finalmente y no menos importante fue la grave crisis moral generalizada en todos los países, vencedores y vencidos. Ortega y Gasset, lo define como una especie de derrumbe moral. Especialmente entre las clases dominantes. Las élites perdieron la fe en los valores de la civilización occidental, representando la aniquilación de una forma de vida. Y por ello en su propia confianza en dominar los asuntos mundiales que iban a dejar en manos de nuevas fuerzas que no iban a ser capaces de controlar. Los valores morales que ayudaban a las personas a “distinguir el bien del mal” se habían “derrumbado casi de la noche a la mañana“ (Hannah Arendt).

Winston Churchill lo resumiría así: “Me pregunto con frecuencia si alguna otra generación ha sido testigo de revoluciones de hechos y valores tan asombrosas como las que nosotros hemos vivido. Casi nada, sea material o inmaterial, sobre lo que fui educado para creer que era permanente y vital, ha perdurado. Y todo aquello sobre lo que estaba seguro que no podía ocurrir, o me enseñaron que no era posible, finalmente ha sucedido“. Si bien Churchill se contaba entre los optimistas que pensaban que aún era posible defender los valores occidentales.

El Tratado de Versalles de 1919 representó la derrota de Alemania culpabilizándola de la guerra. El odio, el rencor y la sed de venganza, llevó a los Aliados a exigir su humillación absoluta. Pero Alemania no iba a olvidar. Clemenceau diría en el momento de la firma de la delegación alemana: “Bueno, esto es el final”. El historiador Arthur J. Toynbee, presente en la sala, mascullaría para sí: “No, esto es sólo el principio“.