Una de las escenas más famosas de Dirty Dancing

La política del Dirty Dancing


TONI AYALA (textos)

El 21 de agosto de 1987 se estrenó en Estados Unidos la película Dirty Dancing, que, contra todo pronóstico, se convirtió en un gran éxito comercial y, hoy en día, es todo un clásico cinematográfico.

El filme, cuyo título hace referencia explícita al “baile sucio”, tiene un aire feminista y toca varios temas interesantes, como las diferencias sociales o la brecha de edad en las relaciones amorosas, aunque el más polémico fue que habló abiertamente del aborto.

El punto de partida de la trama es cuando la bailarina Penny, que forma pareja de baile con Johnny Castle (Patrick Swayze), decide abortar de forma clandestina en manos de un chapucero. Al sufrir complicaciones, la joven e idealista Baby (Jennifer Grey) consigue que su padre, que es médico, atienda a la chica. No solo eso, sino que Baby acaba siendo pareja de baile de Johnny, pese a la oposición de su progenitor.

La película nos enseña también cómo los condicionantes sociales complican en exceso las relaciones entre las personas y cómo la superficialidad impera sobre la profundidad de lo que realmente importa.

La era de las redes sociales

En la era de las redes sociales, la política se basa, precisamente, en rascar la piel del adversario, sin que importe mucho lo que haya debajo. Un ejemplo claro son las llamadas ‘fake news’, noticias falsas que se crean y se difunden para, simplemente, desacreditar a cualquier contrincante político. Desde el punto de vista del ciudadano / votante, tampoco cambia mucho esta manera de proceder.

Seguramente, se han producido dos grandes revoluciones en la política y todas marcadas por la comunicación: en el siglo XX, la irrupción de la televisión y, en el siglo XXI, internet y las redes sociales.

Por una parte, ha sido beneficioso, porque tanto la televisión como las nuevas tecnologías acercan más los políticos al ciudadano, pero, al mismo tiempo, se ponen al descubierto las miserias de la política. Y tampoco no es extraño que un votante se fije más en cómo viste un político o si es guapo/a antes de si defiende o no unas ideas próximas a su manera de pensar.

El caso Ocasio-Cortez

Es en este entorno en el que nos movemos en el que la política del baile sucio impera. Lo estamos viendo, por ejemplo, en Estados Unidos, donde Alexandria Ocasio-Cortez, la congresista más joven de la historia del país, está siendo atacada por sus adversarios conservadores, simplemente, porque ha bailado.

De origen puertorriqueño, Ocasio-Cortez es una latina nacida y criada en el Bronx de Nueva York, líder comunitaria y educadora de clase trabajadora, que ha llegado al Congreso con un ideario demócrata socialista.

Un día antes de que Ocasio-Cortez realizara su juramento como congresista, apareció en Twitter un video de hace una década con el que algunos quisieron avergonzar a la joven de 29 años. Simplemente, se la puede ver bailando cuando era estudiante de la Universidad de Boston.

Por si fuera poco, ella misma protagonizó otro simpático vídeo, muy corto, en el que se marcaba un breve paso de baile justo antes de entrar a su despacho. Desde sus adversarios conservadores, también fue criticada, dentro de esta política del Dirty Dancing.

La joven dirigió una campaña progresista que se centró en temas como la pobreza, la desigualdad y la inmigración, pero, en la era de las redes sociales, se viraliza y se habla más sobre todos estos vídeos.

El baile en la política

Llama la atención que un simple baile pueda causar tanto revuelo. ¿No preferiría cualquier empresario que sus empleados fueran tan contentos a trabajar que incluso se marcaran un bailoteo antes de entrar por la puerta? ¿Es tan extraño ver a una política tan feliz y animada como para mover el esqueleto? Bailar no es sinónimo de dejadez de funciones, sino todo lo contrario, ya que la Historia nos demuestra que a través de la música y del baile se abren muchas puertas y se cierran muchos consensos.

La ironía es aún más grande cuando el baile no solo no es algo políticamente detestable, sino que, tradicionalmente, forma parte de la política más formal de Estados Unidos. Efectivamente, es bien conocido el baile presidencial.

La tradición de los bailes inaugurales de los mandatarios presidenciales se remonta a los primeros presidentes de EEUU. En 1789, acudieron 300 invitados para dar la bienvenida a George Washington, aunque el primer baile inaugural oficial se celebró en 1809 con James Madison (las entradas costaban cuatro dólares).

Los bailes están llenos de anécdotas. En el del presidente Taylor, con unos 4.000 asistentes, hubo tanto lío con los abrigos que un congresista perdió su sombrero: era ni más ni menos que Abraham Lincoln. Y, en el baile inaugural de Ulysses S. Grant en 1873 se sabe que murieron 100 canarios congelados.

En el primer baile inaugural de la etapa Roosevelt (1933-1945), Eleanor Roosevelt se convirtió en la primera dama de Estados Unidos en acudir sola a una baile inaugural.

La llegada de los Kennedy a la Casa Blanca marcó un antes y un después, sobre todo, porque la irrupción de la televisión permitió retransmitir los bailes a todos los hogares. Jackeline Kennedy acompañó a su esposo a dos de los cinco bailes que se celebraron en 1961, puesto que se había sometido hacía poco a una cesárea para dar a luz a su hijo.

Quizás la frase más ingeniosa la pronunció, en 1965, Lyndon B. Johnson, tras asistir a varios de los bailes inaugurales repletos de invitados: “Nunca tantos han pagado tanto por bailar tan poco”.

En el baile de Ronald Reagan de 1985 hubo invitados que perdieron su abrigo, incluso uno valorado en 8.000 dólares que una mujer había pedido prestado a su suegra para la ocasión.

Bill Clinton acudió en 1997 a un total de 14 bailes que se celebraron en Washington en su honor. Le sigue a mucha distancia George W. Bush, quien asistió a ocho en 2001 y a nueve bailes en las celebraciones de 2005.

Seguramente, es otro presidente demócrata, Barack Obama, quien hizo del baile un arte, puesto que también lo utilizó como método diplomático, por ejemplo, en un viaje que realizó a Kenia.

Por lo tanto, si el baile está tan institucionalizado en la política norteamericana. ¿Por qué los conservadores critican que la joven Ocasio-Cortez baile para celebrar que es congresista y, en cambio, les parece bien que lo hiciera Donald Trump cuando accedió al cargo de presidente?

Spain is different?

España es diferente de Estados Unidos. Cuando alguien accede al cargo de presidente del Gobierno no se le ve bailando. Y mucho menos la gente paga para verlo. No existe esta tradición del baile inaugural presidencial, pese a que, por ejemplo, es toda una tradición en las bodas cuando los novios se casan.

Aún así, la política del Dirty Dancing también ha estado y está presente en España. Un ejemplo claro lo tenemos en el líder socialista catalán, Miquel Iceta, quién se viralizó cuando se marcó un baile a ritmo de Queen en una campaña electoral.

Por un lado, aquel gesto humano y divertido fue bien recibido, pero, por otro lado, también fue criticado por sus adversarios. Simplemente, se salió del guión. Tanto es así que, en la posterior cita electoral, su comité de campaña le pidió expresamente que esta vez no bailara y que, en cambio, sí que vistiera con corbata para dar una imagen presidencial.

La verdad es que aquel ‘Don’t stop me now’ de Iceta no es el único ejemplo de político español que ha bailado en algún acto público. El independentista Raül Romeva bailó ‘Gitana Hechicera’ de Peret, y también participó en una sardana con Carme Forcadell; la exvicepresidenta del Gobierno del PP, Soraya Sáenz de Santamaría, bailó en la Feria de Abril de Sevilla y, la jefa de filas de Ciutadans, Inés Arrimadas, en la de Barcelona. Por su parte, el líder de Podemos, Pablo Iglesias, encabezó una conga al ritmo de ‘A quién le importa’ en la marcha del orgullo gay de Madrid.  

En la política, cada vez más rodeada de asesores y consejeros, es común que impere la descalificación del oponente mediante este recurso al baile sucio y no tanto por la vía de contrarrestar sus argumentos o contraponiendo ideas. Vivimos en pleno Dirty Dancing y, por ello, son aún más necesarias políticas idealistas como Alexandria Ocasio-Cortez.