Símbolos de las banderas de Venezuela e Irak

Venezuela – Irak


TONI AYALA (textos)

Venezuela, con una producción anual de petróleo bastante equiparable a Irak, ya se ha convertido en el escenario latinoamericano de la nueva Guerra Fría desatada entre Estados Unidos y Rusia, con China como tercer invitado.

Si bien esta nueva confrontación geopolítica mundial mantiene vivos focos de violencia, como en Ucrania o Siria, lo cierto es que las razones económicas de cualquier conflicto actual supuran por todas partes.

La Guerra de Irak, que oficialmente comenzó un jueves 20 de marzo de 2003 y que no se dio por acabada hasta un domingo 18 de diciembre de 2011, vino precedida de sanciones económicas y de embargos contra el régimen de Saddam Husein, quien ya había sido derrotado en la llamada Guerra del Golfo (2 de agosto de 1990 – 28 de febrero de 1991), cuando no se le ocurrió otra cosa que invadir Kuwait.

En otro conflicto regional, en este caso, en Asia, Estados Unidos parece haber solucionado preventivamente sus problemas con Corea del Norte, con el visto bueno de China y de Rusia. A ninguna de las tres potencias le venía bien enzarzarse más (al menos, de momento) en esa zona del planeta.

El caramelo latinoamericano

Latinoamérica, en cambio, ya no es lo mismo. Les queda más lejos que Corea del Norte y la Venezuela de Nicolás Maduro es mucho más accesible para entablar un nuevo episodio de este pulso a tres bandas.

Para empezar, esta crisis se venía mascando en el ambiente desde hace mucho tiempo, con países a favor y en contra de Maduro, con éxodo de venezolanos -que ha acabado afectando a estados vecinos, como Brasil o Perú- y con diversos incidentes a lo largo del tiempo.

Cabe destacar las protestas en Venezuela de 2014, la crisis institucional, las nuevas manifestaciones de 2017, así como también las elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente y el adelanto y celebración de las elecciones presidenciales por parte del CNE y la ANC.

Entre tanto, Estados Unidos ha liderado una política de sanciones económicas contra el régimen de Maduro, igual que en su momento hizo contra Saddam Husein en Irak antes de invadir el país bajo el falso pretexto de las armas de destrucción masiva.

Entre otras medidas, el Gobierno estadounidense ha impuesto restricciones en los viajes y contra transacciones petrolíferas y de oro. El Departamento del Tesoro congeló cuentas bajo jurisdicción estadounidense acusando a autoridades venezolanas de colaborar con las FARC.

Lluvia de sanciones a Maduro

La Ley de defensa de derechos humanos y sociedad civil de 2014 de Venezuela es una ley aprobada en Estados Unidos y usada para imponer sanciones específicas a cualquier individuo en Venezuela que se considerara responsable de violaciones de los derechos humanos durante las manifestaciones antigubernamentales.​

Si bien esta política fue impulsada por el presidente Barack Obama, su sucesor, ​Donald Trump, no solo la ha seguido, sino que ha apostado por incrementarla. ​De hecho, ha sido, precisamente, Estados Unidos la primera gran potencia que ha reconocido al autoproclamado presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó.

¿Es por una cuestión puramente de derechos humanos por la que Trump apoya un cambio de régimen en Venezuela, como en su momento Bush lideró la guerra en Irak? ¿O hay algo más? ¿También es por el petróleo?

La respuesta quizás la encontramos en Rusia, quien, en cambio, ha dado su apoyo a Nicolás Maduro. Vladimir Putin no está para bromas, sobre todo, teniendo en cuenta la participación del consorcio petrolero ruso Rosneft en el Plan de la Patria de Venezuela, cuyo objetivo era duplicar la extracción de crudo, de 3 a 6 millones de barriles diarios, precisamente, para este año 2019. Este proyecto ha requerido inversiones rusas por una suma de 65.000 millones de dólares, dinero que, en cambio, no ha invertido Estados Unidos en Venezuela al menos hasta que haya un cambio de régimen.

De hecho, Latinoamérica es una carambola de la guerra comercial de sanciones contra Rusia liderada por Estados Unidos a raíz del conflicto armado en Ucrania. La apuesta estratégica del Kremlin ha sido intensificar las relaciones con los países latinoamericanos tras la adopción de las restricciones occidentales contra Rusia por la crisis ucraniana.

Argentina, Brasil, Paraguay, Chile y otros países latinoamericanos, como Venezuela, cuentan con los recursos necesarios para sustituir en el mercado nacional ruso los productos de los países occidentales a los que se les ha vetado la entrada en Rusia.

Si nos fijamos en el embargo a las importaciones de alimentos perecederos procedentes de la Unión Europea, Estado Unidos, Canadá y otros países, adoptado por Putin en respuesta a las sanciones económicas occidentales, veremos que, solo en 2014, el valor de las importaciones de productos cárnicos desde América Latina aumentó, en un año, en 500 millones de dólares.

Los datos son muy claros y, obviamente, no son del gusto de Estados Unidos. El intercambio comercial entre Rusia y Latinoamérica se multiplicó por tres, entre 2004 y 2014, desde los 5.800 hasta los 17.200 millones de dólares en cifras anuales.

Por lo que respecta a la tercera superpotencia en liza, China, se puede decir que los chinos no solo están siendo ahora más prudentes, sino que llevan siéndolo desde hace unos años en Latinoamérica.

China, el banco latinoamericano

China es la principal fuente de financiación de proyectos de desarrollo regional en los países latinoamericanos. Supera incluso a organismos como el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo. De hecho, entidades como China Development Bank o Export-Import Bank of China son los principales surtidores de dinero, especialmente, en el sector de la construcción.

Se da la circunstancia que los chinos han invertido muchísimo en países como Brasil, que recientemente ha cambiado de signo político con Jair Bolsonaro, ultraconservador, mientras que prácticamente han evitado prestarle dinero a la Venezuela de Maduro, cambiando radicalmente su política de inversión respecto a este país de hace una década.

Y se da la circunstancia que el gobierno brasileño también ha sido uno de los primeros en reconocer al autoproclamado presidente encargado venezolano, Juan Guaidó.

Ante la caída de la demanda de materias primas, la política comercial de China en Latinoamérica se basa en las infraestructuras, como la energía y, sobre todo, la construcción. Pekín ha tenido que reconsiderar su estrategia de créditos, tras tener malas experiencias en Venezuela, Argentina o Ecuador.

Por lo tanto, la prudencia y la seguridad es la mejor arma de los chinos, en contraposición a Estados Unidos y Rusia, que han destapado sus cartas abiertamente desde el minuto 1 en el conflicto venezolano.

Por su parte, los venezolanos están divididos ahora entre dos gobernantes: el chavista Nicolás Maduro y el opositor Juan Guaidó, el presidente del Parlamento. Este último episodio de intento de cambiar el régimen se originó en las pasadas elecciones presidenciales del 20 de mayo, cuando Maduro ganó unos comicios convocados de forma ilegal, según el Parlamento venezolano y la mayor parte de la comunidad internacional.

¿Por qué ha acabado por explotar ahora? Quizás porque, Venezuela, como lo fue Irak en su momento, no es solo una cuestión de echar a Nicolás Maduro o a Saddam Husein, sino que es una pieza cada vez más estratégica y codiciada en el tablero internacional de las grandes superpotencias que protagonizan esta nueva Guerra Fría. Asistimos, seguramente, a la iraquización de Venezuela.