Zaida Muxí: “Una ciudad con perspectiva de género piensa en todos”


TONI AYALA (textos) / MIQUEL FUSTER (dibujos)

La arquitecta y urbanista Zaida Muxí (Buenos Aires, 1964) tiene una amplia experiencia en el campo teórico, con numerosos trabajos de investigación; docente, como profesora universitaria, y, en el práctico del día a día de las ciudades, como gestora de urbanismo. Piensa y hace pensar. Reflexiona e invita a reflexionar. Actúa y mueve a actuar.

Mujeres, casas y ciudades (DPR-Barcelona, 2018) es el título de su último libro, que se une a una destacada lista de escritos que configuran una radiografía de nuestro entorno urbano y vital visto desde una perspectiva de género o feminista. Actualmente, ejerce como Directora en el Ayuntamiento de Santa Coloma de Gramenet de una gran área de gestión, que incluye Urbanismo, Vivienda, Medio Ambiente, Ecología Urbana, Espacio Público, Vía Pública y Civismo.

Si te dieran una extensión de terreno equivalente a Barcelona y te dijeran que construyeras una ciudad, ¿qué tres elementos básicos debería tener para que supusiera un avance respecto a cómo es cualquier otra ciudad hoy en día?

Tendría tres elementos fundamentales. Primero, la naturaleza, el verde, se incorporaría al proyecto tal cual está, sin transformar sus topografías ni los ríos… Segundo, barrios densos con actividades de todo tipo, donde tú pudieras desarrollar casi toda tu vida diaria y, también, de trabajo. Y, tercero, un buen transporte público, que permitiera conectar todos estos barrios que estarían entre el verde o la naturaleza no transformada.

Hay una expresión que has utilizado en tus trabajos que es “habitar el presente”. ¿Cuál es la forma ideal de “habitar el presente”?

‘Habitar el presente’ fue un trabajo colectivo. Quiere decir poder estar hoy entre las mejores condiciones, que tienen que ver con el respeto al medio, el respeto al otro, la perspectiva de género entendida como una herramienta del feminismo que permitiría construir una sociedad realmente igualitaria, que creo que es una revolución pacífica pendiente. A veces la gente interpreta mal qué es el feminismo, que es realmente la igualdad entre todas las personas y entre todos los seres vivos.

En una ciudad es precisamente en el espacio público donde se plantean los conflictos. Los hay que se solucionan con herramientas de urbanismo, como poner pilonas o bolardos en una calle para restringir el acceso de los vehículos. Desde el punto de vista de una perspectiva de género, ¿qué aplicaciones prácticas hay en la ciudad para que este concepto se visualice?

Muchas de las ciudades de hoy han incorporado ya muchas de las ideas que provienen del feminismo y de la perspectiva de género, aunque no se diga. Una de ellas es poner a las personas en el centro del proyecto urbano y no a las máquinas. Son las personas las que hacen posible que el sistema productivo funcione. Y las personas en toda su diversidad, teniendo en cuenta que no somos lo mismo cuando somos un bebé recién nacido que cuando nos hacemos mayores (y todo lo que hay por el medio). O las personas que tienen otros orígenes, otras rentas, otros bagajes culturales. Toda esa diversidad hay que tenerla en cuenta a la hora de proyectar. No podemos dejar que sea la selva y que domine el más fuerte, sea el coche o sean determinados grupos juveniles, masculinos… Porque todo ello iría retrayendo a que otras personas, como los mayores o los niños, pudieran utilizar ese espacio público. Por lo tanto, hay que pensarlo desde la necesidad de una diversidad de necesidades. Por ello, hay que trabajarlo con las personas, con procesos de participación claros, para saber -a través de las personas- qué necesidades hay que cubrir en ese espacio. Como técnico o técnica puedes aportar tu mirada y ver qué falta, pero lo has de refrendar con la población. Por ejemplo, los niños tienen que poder jugar a la pelota en el espacio público, pero también tienen que aprender a respetar. Por eso, en casi todas la ciudades hay hoy en día equipamientos deportivos. Un espacio público con perspectiva de género es pensar en todos los usuarios y cómo puedes proyectar ese espacio para que todas las personas puedan estar en él. 

Al mismo tiempo, en las ciudades se visualizan las desigualdades sociales que, en mayor grado, acostumbran a afectar más a la mujer, con familias monoparentales, ancianas solas… ¿Qué tipo de solución se propone desde una perspectiva de género?

Primero hay que tener en cuenta que, estadísticamente, las mujeres en el mundo son las que se llevan la peor parte. En las ciudades, como en Barcelona, hay varias condiciones que hacen que las mujeres sean las más pobres. Por un lado, las mujeres pensionistas, que en el pasado tuvieron que trabajar sin contrato, como las limpiadoras, o haber trabajado toda la vida en su casa, pero sin cobrar. Y, como la esperanza de vida es mayor, pues el tiempo para vivir con ese poco dinero también se ha alargado. Por otro lado, están las mujeres con pocos recursos que provienen de otras culturas y otras lenguas, que les es aún más difícil incorporarse al mundo del trabajo. Entonces, hay colectivos de mujeres casi invisibles, que son imprescindibles para el sistema económico y, sin embargo, se las desprecia y no se las tiene en cuenta. ¿Qué hacer, pues, en las ciudades? Apoyarlas. Por ejemplo, con el sistema público de guarderías, que es clave. También hay espacios de cura infantil más abiertos, como las ludotecas. Y, si vamos a mirar el diseño del espacio público, muchas veces, estas mujeres, que se mueven de noche, porque trabajan de noche, si la ciudad no está pensada para que se sientan seguras, se les hace realmente complicado. 

En relación al último libro que has publicado, Mujeres, casas y ciudades, señalas que hay mujeres que han hecho grandes aportaciones al campo de la Arquitectura y del Urbanismo, pero que han sido silenciadas. 

Sí.

Es importante que se sepan sus logros…

… Exacto. El libro trata de aportaciones a la vida colectiva. Lo que a mí me sorprendió durante la investigación es que muchas de estas mujeres, en su momento, son reconocidas. Salen en la prensa, tienen cierta capacidad de influencia en las políticas, pero, luego, a la hora de relatar sus historias, son borradas. Es como el último mecanismo del patriarcado, como decir ‘hasta aquí llegáis, pero no pasáis a la Historia’. Por lo tanto, nunca haces una genealogía. 

Entramos en un contexto de poner de relieve las ‘herstories’.

Sí, esto lo llamaron así las feministas norteamericanas de los años 70. En vez de ‘history’, con el pronombre masculino, se utiliza el femenino ‘herstory’.

Otro neologismo muy utilizado es ‘sororidad’.

Es una palabra que me encanta. Es la red entre mujeres, de apoyo, que ha sido fundamental. Hay otro elemento con el que me he encontrado y que es la figura del padre culto, que garantiza la educación de las hijas mayores en familias sin hijos varones. Al no tener un hijo, el padre empuja, de alguna manera, a esa hija para que ocupe el lugar del hijo que no tuvo. También hay algo de eso. Y, por supuesto, si ya nacías en una familia donde la mujer ya estaba empoderada, como es el caso de Marion Mahony, una de las primeras arquitectas y urbanistas. Ella ya pertenecía a un grupo mujeres, sufragistas y con espacios de trabajo en Chicago. O sea, que ya provenía de una familia donde las mujeres tenían mucho protagonismo. Pero, la red, la sororidad, es lo fundamental. 

¿Es una de las bases del feminismo?

A pesar de estar en desventaja, me quedo con el rol de género femenino y con la manera en que la sociedad nos permite relacionarnos. Si tú te relacionas como mujer, hay una menor competencia, hay más red, más apoyo, más escucha, más comprensión…

¿Hay menos competencia?

En las mujeres que pueden actuar como mujer. Otra cosa es a la hora de actuar como profesional, donde, como el modelo es el exitoso a la manera masculina, tú actúes como un hombre. Si asumimos las características que tiene el rol masculino y el rol femenino, yo creo que los hombres pierden. ¿Por qué hay más hombres sintecho que mujeres? 

¿Por qué?

El hombre no puede fracasar. Las mujeres, si fracasamos, nos va en el ADN, en nuestro rol, el no ser exitosa.

¿Pero no es la sociedad la que dice que no puedes fracasar?

Ya, ya… pero, en la socialización que se hace, a un niño se le dice: ‘tú tienes que ser el mejor, tienes que ganar’. A una niña, si llegas quinta en la carrera, no pasa nada. Si el niño llega el quinto, es un desastre. Y eso va haciendo que las mujeres podamos pedir ayuda. Para un hombre, pedir ayuda es mucho más difícil, porque es reconocer que no son perfectos, que no son un diez. Yo que los hombres no hayan podido llorar, abrazarse, decir ‘ayúdame’… Eso no lo cambio ni por todo el éxito que haya tenido el hombre. 

En tu último libro, hablas de ‘casas’ y ‘ciudades’. En la casa se da una actividad de género en el ámbito privado y en la ciudad, en el espacio público. 

Son como los dos elementos principales de nuestro hábitat. En el origen mismo de los roles de género se da que el espacio doméstico o privado es el asignado a la mujer, es el invisible, en donde se trabaja en algo que ni se ve ni se valora y, cuando la mujer aprende cómo mantener ese orden de la casa, aprende cuál es su lugar. En cambio, el espacio exterior es el ámbito masculino, público, es donde se realiza el trabajo que se paga. Y, desde la perspectiva de género, para él la casa es un espacio de descanso, de llegar al relax de lo privado. Para la mujer, no, para ella la casa es un espacio más de trabajo y no de confort. 

Hay una expresión que has utilizado, ‘la casa sin género’. ¿Es posible?

La idea era provocar y repensar todas las cosas que pueden pasar en una casa. Dejar de pensar en la casa como una cosa estanca, con un dormitorio, un comedor… No, en una casa, pasan muchas más cosas. Y la ‘casa sin género’ hace referencia a que no haya una persona obligada a trabajar en ella. Pero, va más allá. ¿Dónde se guardan las cosas en una casa? ¿Por qué la cocina tiene que estar relegada? ¿O por qué tiene que haber cocina en las casas? ¿Por qué todo tiene que ser como parece que debe ser? Hay quien dice que el lavadero no debe existir; otros dicen que sí, pero no en la cocina donde se te llena la ropa de grasa de la comida. 

También se podría reflexionar sobre ‘la ciudad sin género’.

También, por supuesto. Sería la ciudad con perspectiva de género, es decir, cómo hacemos que esa ciudad nos permita, en igualdad de condiciones, movernos por la ciudad. Por ejemplo, las mujeres caminamos y utilizamos más el transporte público, mientras que los hombres utilizan más el coche y la bicicleta. 

Aseguras que tienes cuatro ciudades, Buenos Aires, Sevilla, Barcelona y Santa Coloma de Gramenet. ¿Qué es lo que las une y, a la vez, las separa?

Son cuatro ciudades en las que he vivido o he trabajado, como es el caso de Santa Coloma, que representa los desafíos de la ciudad del futuro en muchos aspectos. Es una ciudad que no puede crecer, que es muy densa, que es un crisol de culturas, que no le sobra el dinero. Me parece que es todo un desafío. Santa Coloma tiene una gran complejidad. Pero, en las cuatro ciudades hay mucha mezcla y tienen su densidad, su historia y son muy ricas en vida urbana y social. 

En Santa Coloma de Gramenet, precisamente, estáis desarrollando el proyecto de la CIBA, un centro de recursos para mujeres. ¿En qué punto está?

La CIBA es un proyecto de largo alcance, que lo que pretende es crear un espacio donde se entrelacen y potencien la capacidad de las mujeres de saltar de una esfera a otra. Si trabajas en el mundo productivo, cómo cuidas; y, si cuidas, cómo trabajas. Y es aún más difícil si tienes menos recursos económicos y menos red familiar. En ese sentido, aprovechando la sororidad entre mujeres, la CIBA será un espacio donde las mujeres puedan acudir allí a hacer redes, ayudarnos y a colaborar entre todas. El espacio permitirá que puedas desarrollar un trabajo y, a la vez, que tus hijos e hijas estén bien cuidados. Será un espacio de inicio de producción, de cuidado, de autocuidados, de formación, de encuentro con otras mujeres, de charlas…

Vives en Barcelona y trabajas en Santa Coloma de Gramenet, dos ciudades gobernadas por alcaldesas, Ada Colau y Núria Parlon. ¿Es mejor una alcaldesa que un alcalde?

Sí.

¿Por qué?

Yo creo que estas dos alcaldesas lo hacen distinto. Tienen otra manera de hacer las cosas.

O sea, no es por el hecho de ser mujer, sino porque son como son.

A ver. Este rol de género, que te socializa de una manera que acaba siendo diferente al de un hombre, si esto lo puedes llevar a la política y hacerla más dialogada, menos competitiva, que pongan en primer plano a los niños y las niñas, a las mujeres, a los que caminan… eso son marcas de estas dos alcaldesas.