Maite, durant l'entrevista

“Las mujeres aguantamos más el dolor”


TONI AYALA (textos) / MIQUEL FUSTER (dibujos)

Maria Teresa López, Maite, tiene sus vivencias bien recogidas, como el moño que luce y que le resalta los pómulos levemente sonrojados. Guarda sus recuerdos como un tesoro, pero eso no le impide compartirlos con generosidad y con total naturalidad. Huele a perfume y sus labios brillan, sobre todo, cuando sonríe. Toda su vida ha trabajado de telefonista y recepcionista. Tiene 60 años, uno de sus secretos mejor protegidos, pero, aquí lo revela porque es, precisamente, la edad a partir de la cual hay más mujeres viviendo solas. Bromea cuando alguien le dice que parece más joven: “Es que yo, todas las noches, me meto en el congelador”.

En Catalunya, un total de 763.600 personas viven sin ninguna compañía, con una media de edad de 64,1 años, según los últimos datos publicados. Maite es una de las 419.900 mujeres que viven solas, 76.200 más que hombres solos. Ella tiene su teoría para esto: “Los hombres necesitan en su momento a alguien que les coja de la manita cuando dicen ‘ay’, es decir, cuando son más mayores. Las mujeres aguantamos más el dolor”. De hecho, los números cuadran con esta apreciación: hay más hombres que mujeres viviendo solos entre los 25 y los 59 años, mientras que las mujeres solas son mayoritarias a partir de los 60 para adelante.

Maite habla casi sin parar. Pide perdón si le sale una palabra malsonante. “Me gusta molestar lo menos posible”. Escucha música Clásica, de los 70 y de los 80; lee libros “con trasfondo” y a veces escribe “alguna cosa”. “Lo que me sale en ese momento de la cabeza”, puntualiza. Su único vicio confesable es el chocolate. “Me gusta la cocina, me gusta comer, me gusta disfrutar, pero lo que más me gusta es cocinar. Pero, cuando quiero cocinar para otras personas, baste que me quiera lucir para que no quede igual”, reconoce.

“La vida ni me ha tratado bien ni me ha tratado mal. Estoy ‘encantada de la vida’, como decía Lina Morgan. Hoy estás aquí y mañana ya no lo sabemos. He tenido altibajos, he tenido una enfermedad, cáncer de mama… Pero, estoy encantada de la vida”, relata con una medio sonrisa dibujada bajo la nariz y las gafas. “Yo, si me muero, pienso que alguien irá a ponerme flores, pero tampoco no las necesito”, insiste, antes de apostillar con orgullo: “Salí del cáncer”. Y aquello fue duro, aunque habla de la quimioterapia sin tapujos. “Era como si te abrieran en canal y te estuvieran quemando con un soplete”.

Maite vive sola, sí, pero, en realidad, no vive sola. “Vivo con mi perrita. Se llama Thiara. La otra que tuve y que se murió, se llamaba Lluna”. Cuando le diagnosticaron cáncer, vivía con su madre, aunque también falleció. Reconoce que hay instantes en los que se siente más sola. Como si fuera la letra de una canción, afirma: “Si digo la verdad, ya ha llegado un momento en que la soledad es una amiga, está siempre a tu lado, te acompaña. Hoy te sientes bien, pues se sentirá bien contigo; si hoy quieres llorar, pues llorará contigo. Pero, como está en silencio, no la siento”.

Para Maite, de nada sirve revisar el pasado buscando razones para esa soledad: “Estoy sola porque quiero. Muy jovencita me podría haber casado e irme a Australia con lo puesto”. Pero, por aquel entonces, su pareja la engañó. “Nunca me he arrepentido de haberme quedado aquí”, asegura con total convencimiento. “Me he imaginado la vida con alguien, pero, luego, todos los naipes se vienen abajo. Yo nunca he esperado nada de nadie, pero lo que yo no puedo hacer es dar mi cincuenta o mi cien por cien para que luego la otra persona no me dé nada”.

¿Cómo es vivir sola?

“Aprendes a vivir con la soledad. Desde el minuto uno que falleció mi padre encima de este hombro yo ya aprendí a vivir sola. Me quedé sola. Fue bien, porque no tenía que dar explicaciones a nadie”. Eso sí, la soledad conlleva un gran escollo, que es el económico. Si los ingresos no son muy altos, los gastos suponen una montaña si no tienes a nadie con quien compartirlos. Maite lo notó el día que el casero le comunicó que le subía el alquiler a 1.000 euros mensuales. “¿Perdón? Estamos hablando de un uno y tres ceros?… Y me dice: ‘Sí’. ‘Yo no los he visto nunca juntos en mi vida’”, le espetó. No tuvo más remedio que coger las maletas y trasladarse a otro piso.

“Yo, ahora mismo, estoy cobrando 430 euros. Así que paga casa, paga luz, paga agua, paga teléfono, paga el seguro de la casa y, con un poco de suerte y con la tarjeta, paga el dentista, que lo acabaré de pagar en el año 2020 o 2021 si me apuras… Si te quitas de comer, si te quitas de algún capricho…”, describe. “Cuando necesito alguna cosa, ¿a quién recurro?”, se pregunta.

En su caso, tiene la suerte de haber encontrado un buen nexo vecinal para eventualidades extremas de apuro: “En un momento dado, además, yo necesito hablar con alguien. ¿Con quién? Pues con el más sensato, el que tiene la cabeza más en su sitio”.