São Paulo – Christchurch


TONI AYALA (texto)

La fundación de la ciudad neozelandesa de Christchurch (en inglés, Iglesia de Cristo) se remonta a 1850, como resultado de una política programada de colonización organizada por la Canterbury Association, formada en 1849 por miembros del Christ Church College de la Universidad de Oxford (de ahí el nombre de la ciudad).

La creación de esta población que aludía sin tapujos a Cristo fue patrocinada por el mismísimo Arzobispo de Canterbury. Y es que la Canterbury Association tenía el utópico objetivo de crear una nueva Jerusalén en Nueva Zelanda, una comunidad anglicana de clase media en la que la moral victoriana pudiese prosperar.

Casi 170 años después, la ciudad de la Iglesia de Cristo ha visto como se producía un ataque terrorista, con al menos medio centenar de víctimas mortales, en dos mezquitas. Ha sido un viernes, el día del rezo de los musulmanes, cuando docenas de ellos realizaban sus plegarias en sus templos.

Seguramente, a mediados del siglo XIX, en los planes originales de crear aquella Jerusalén en Nueva Zelanda no entraba la hipótesis de un mundo global, en el cual la mezcla de razas y credos fuera la nota imperante.

Pero, la realidad actual de Christchurch, como muchas otras ciudades de todo el mundo, es muy diferente y rica. Si bien la población de origen europeo es mayoritaria, hay una gran presencia de asiáticos y maorís, así como ciudadanos de las islas del Pacífico, de Medio Oriente, América Latina o África. La mezcla de etnias es visible.

Por ello, la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, ha descrito esta tragedia como un “atentado terrorista bien planeado y sin precedentes”. Según la policía, los arrestados estaban “fuera del radar” de los servicios de inteligencia, ya que, además, ninguno estaba fichado.

Brenton Tarrant, uno de los autores del ataque en Christchurch. / Foto: Twitter

Uno de los mensajes de los presuntos atacantes es que “en ningún sitio estarás seguro”. Es la definición del terrorismo actual, que es global y, muchas veces, imprevisible. Apela al miedo y genera miedo, si bien es cierto que, por mucho que se empeñen en sus mensajes los terroristas, esta no es, ni mucho menos, la principal causa de muerte en el mundo. Sí que es, sin embargo, uno de los primeros motivos por los que los gobiernos invierten en seguridad y en defensa.

Los ataques se han producido en las mezquitas de las avenidas de Deans y Linwood, situadas en el centro de Christchurch, la mayor ciudad de la Isla Sur de Nueva Zelanda. La mayoría de víctimas fueron asesinadas en la mezquita de Al Noor, la principal de la ciudad y donde se habían reunido unas 300 personas, y el resto en el oratorio musulmán del suburbio de Linwood. Esta vez, pues, el terrorismo ha tenido como víctimas a los musulmanes.

Uno de los elementos más significativos del ataque es que uno de los asaltantes ha grabado la matanza con una GoPro. Se trata de un australiano de 28 años que responde al nombre de Brenton Tarrant y que ha emitido en directo el tiroteo por las redes sociales, como si se tratara de una película o de un videojuego.

Esta es una de las voces de alerta añadidas que nos deja la tragedia de Christchurch. El terrorista ya no se contenta con perpetrar su atentado y reivindicarlo, sino que necesita retransmitirlo.

Otro elemento importante de reflexión vuelve a ser el control de las armas, sobre todo, porque este ataque terrorista se produce pocos días después de que dos adolescentes perpetraran otra matanza en una escuela de la región metropolitana de São Paulo. Este incidente ha llegado después de que el nuevo presidente brasileño, el ultraderechista Jair Bolsonaro, liberara la posesión de armas de fuego, una medida controvertida, pero una promesa de campaña.

En España, la extrema derecha ya está reclamando una medida parecida como autodefensa contra los intrusos en el hogar. En Estados Unidos, la libre posesión de armas también ocasiona tiroteos y matanzas de forma periódica, en colegios y en todo tipo de espacios públicos y privados.

En un mundo donde impera la cultura de la violencia audiovisual y del exhibicionismo a través de las redes sociales, poner armas al alcance de cualquiera es como activar una bomba de relojería, ya sea en Brasil, en Nueva Zelanda, en Estados Unidos… o en cualquier lugar del planeta.